Las crisis de pánico suelen presentarse de forma súbita, sin señal ni aviso, y su principal característica es la sensación de muerte inminente, por lo que se pueden confundir con un ataque cardíaco, debido a las fuertes palpitaciones o a un fuerte dolor en el pecho.
Otros de sus síntomas son molestia o dolor torácico, mareo o sensación de desmayo, miedo a perder el control, sensación de ahogo o dificultad para respirar, náuseas y malestar estomacal, hormigueo en manos, pies o cara, sudoración excesiva, temblores.
Si bien las crisis no son peligrosas y suelen extenderse por segundos o minutos, pueden llegar a ser invalidantes e implicar un deterior en la vida cotidiana, laboral, familiar e interpersonal del paciente. Así, ante el miedo de volver a tener una crisis, el paciente evita situaciones o lugares en donde ésta pudiera desencadenarse. Llegados a este punto, se recomienda visitar a un profesional.
El diagnóstico de trastorno de pánico, debe ser realizado por un especialista médico o profesional de la salud mental, tras un examen físico y psicológico que permita descartar otros problemas de salud.
En cuanto al tratamiento, este contempla el uso de medicamentos, que ayudan a disminuir los síntomas y su frecuencia; y la psicoterapia, de preferencia cognitivo-conductual, que trabaja en entender y controlar por qué se producen las crisis, reconocer y reemplazar los pensamientos que causan el pánico, manejar el estrés y con eso cambiar comportamientos que pudieran estar relacionados con el mantenimiento de las crisis.
También se sugiere incluir técnicas de relajación e imaginerías para identificar los pensamientos que causan ansiedad.
Algunas sugerencias:
Evitar el consumo de alcohol.
Hacer ejercicio regularmente.
Dormir lo suficiente.
Disminuir o evitar cafeínas y otros estimulantes.
Sandra Navarrete Arce Psicóloga Clínica Adultos