Las personas con comportamientos agresivos actúan habitualmente de modo arrollador e intentan imponerse a los demás. Pretenden manejar al otr@ con amenazas. Tienden a hacerse poco responsables de sus errores y a enfocarse en lo que los otros hacen mal. Sus actitudes despiertan en sus relaciones inhibición, temor y rechazo, convirtiendo en ley “la mejor defensa es un buen ataque”. Muchas veces, esta conducta es una sobre compensación de inseguridades y debilidades. Otras veces, se adopta como imitación de un modelo agresivo de una persona significativa. Este comportamiento, genera conflictos, vínculos poco amorosos y el riesgo de quedarse sol@.
Las personas que reaccionan con pasividad o sumisión, se muestran inhibidas y débiles, tienen dificultades para defender sus derechos y expresar sus opiniones. Tienden a complacer a los demás. Esto suele ser resultado de sentimientos de desvalorización o culpa. Creen que el único modo de ser querido es satisfacer al otr@. Piensan: “Si te doy todo y cedo, me evito problemas contigo y me vas a querer.” De este modo, por evitar conflictos, pierden oportunidades, quedan a expensas de los deseos de otros y son fácilmente manipulados. Así, el comportamiento sumiso perpetúa sentimientos de inseguridad y baja autoestima.
En cambio, la conducta asertiva es propia de personas que hacen valer sus derechos sin imponerse a los demás y sin someterse. Son claros, firmes, seguros y precisos en la expresión de lo que desean y necesitan. Pueden exponer sus intereses, haciéndolos valer, sin dejar de escuchar los derechos de los demás. Pueden decir que no sin sentirse mal después y decir lo que les molesta. Ciertamente, es el modo más sano de funcionar porque es posible escucharse y escuchar con respeto y autenticidad.