Todos sabemos que el afecto entre madre e hijo es uno de los lazos más profundos y fundamentales en la vida humana. Este vínculo no sólo marca el comienzo del desarrollo emocional del niño, sino que también establece las bases para su crecimiento físico, social y psicológico. Dentro de la psicología se ha reconocido la importancia de este afecto, no sólo en términos de amor, sino también como un factor clave para la salud emocional y el bienestar general.
Que increíble pensar que desde el momento de la gestación, el niño ya comienza a formar un vínculo afectivo con su madre. Los estudios científicos han demostrado que el feto es capaz de reconocer sonidos, sentir el ritmo cardíaco de su madre y, en algunos casos, responder a sus emociones. Por otra parte, la madre comienza, al sentir a su bebé en su cuerpo, a conectar y construir ese maravilloso y vital lazo materno, que definirá la relación entre ellos para toda la vida.
En el acto de amamantar ocurre esa cercanía física, ese contacto visual, del tono de voz y gestos, que la madre va sintiendo y formando así esa dinámica de comunicación que entendemos como «apego seguro». La relación de afecto será entonces, como una base para todas las relaciones emocionales que el niño desarrollará en el futuro.
Por otro lado, la falta de afecto o una relación ambigua o carente de contacto físico, puede tener efectos perjudiciales en la psicología emocional del niño. Un niños que no recibe afecto desde pequeño, pueden enfrentar dificultades en la regulación emocional, en la construcción de su identidad y en su capacidad para formar relaciones interpersonales en el futuro.
La relación de afecto entre una madre y un hijo nada lo podrá cambiar, ni la más avanzada tecnología ni programa futurista. El amor madre e hijo entonces, es el pilar psicológico con que se construye nuestra sociedad.